Tanto el gobierno como las FARC han dado pasos importantes. El reto es definir la hoja de ruta hacia la paz. Colombia puede inspirarse en sus procesos anteriores, en la experiencia de numerosos países y en el nuevo escenario mundial. La negociación entre gobierno e insurgencia será imprescindible, pero hay tareas básicas más allá de la mesa de los diálogos. De hecho el proceso de paz ya está en marcha.

Vientos nuevos

La gran noticia para Colombia es que el gobierno y las FARC parecen coincidir en que la violencia no se soluciona con más violencia:

  • Con el reconocimiento del conflicto armado, de los derechos de las víctimas, del problema de las tierras y de la necesidad de un nuevo enfoque mundial en la lucha contra las drogas, el gobierno por fin se ha dado a la tarea de enfrentar algunos de las dificultades estructurales del país.
  • Con los crecientes llamados a la solución negociada y con el anuncio de renunciar al secuestro, las FARC dan a entender que la lucha armada está agotada y que tal vez los fines ya no justifican los medios.

Sin embargo, todavía no se detecta la renuncia de ninguno de los dos protagonistas a la confrontación armada. Es como si faltara un ingrediente para poder vislumbrar la salida hacia la paz. El reto común ahora es identificar esa ruta, aprendiendo de los aciertos y errores del pasado, ajustado a las realidades del presente, y pensado para las generaciones del futuro.

Éxitos en Colombia

El fantasma del Caguán tiende a esconder algunos desarrollos importantes en procesos de negociación del pasado. Especialmente los casos del M-19, el Movimiento Armado Quintín Lame, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y la Corriente de Renovación Socialista (CRS), que en los 90 permitieron que miles de colombianos transitaran de la lucha armada a la vida civil.

Nadie mejor que quien ha vivido los horrores de la guerra –sea insurgente o soldado– para defender los valores de la paz. Muchas de esas personas acabaron nutriendo el movimiento por la paz o se integraron a procesos políticos, asumiendo papeles de responsabilidad y liderazgo a pesar del estigma y la falta de políticas sólidas de acompañamiento.

Es interesante observar cómo la dejación de las armas con frecuencia se compensa con logros políticos, como atestiguan los casos de Uruguay, Brasil, Guatemala, Sudáfrica o Nepal, para citar sólo algunos. Sin duda un aliciente para los que todavía no han dado el paso definitivo para dejar las armas.

El propio proceso del Caguán –con todas sus limitaciones e incluso efectos perversos– tuvo por lo menos dos resultados positivos importantes: poner de relieve algunos de los problemas estructurales del país, mediante la “Agenda Común” - que fue adoptada pero nunca discutida- y mediante las propuestas de los llamados “Notables”; y alimentar la esperanza colectiva de un futuro mejor. Sin embargo, cuanto mayor es la expectativa ante el cambio, mayores son la frustración y el sentimiento de engaño cuando ella se trunca. Una paradoja que ha lastrado a Colombia durante los diez últimos años.

La paz es más que negociar

Una de las principales lecciones del Caguán consiste en que la paz no puede condicionarse únicamente al progreso en la mesa de negociación. La paz es un esfuerzo colectivo que implica abordar todas las formas de violencia:

  • la directa, entre los actores armados;
  • la estructural, que aboca a millones de ciudadanos a la marginación, y
  • la cultural que desarrolla los imaginarios y los discursos que hacen posibles las dos violencias anteriores.

La paz entonces es un proceso de largo alcance, con responsabilidades para todos:

  • la mesa de negociaciones debe poner fin a la confrontación directa;
  • los agentes sociales, políticos y económicos tienen que pactar y aplicar un nuevo marco de convivencia y desarrollo;
  • la sociedad en su conjunto necesita desaprender la violencia y reconstruir puentes de diálogo y confianza con quienes piensan de forma diferente.

Diferentes tareas para diferentes actores en diferentes marcos temporales. Tal vez el error más importante sigue siendo el confundir la construcción de paz con las negociaciones de paz. Las negociaciones son un componente esencial de un proceso de paz pero un proceso de paz es mucho más que una mesa de negociaciones.

Nuevo contexto internacional

En medio de las incertidumbres de la globalización, el marco internacional también ofrece signos de esperanza: en los últimos años ha disminuido el número de conflictos armados, y se ha normalizado la solución política. El caso más paradigmático se da en Afganistán, donde ahora incluso Estados Unidos propicia diálogos con los talibanes.

Sin embargo no hay recetas universales, y cada contexto lidia con sus propios condicionantes. Con frecuencia son los gestos unilaterales los que abren ventanas de oportunidad:

  • En Myanmar es el gobierno quien ha decidido transitar de la dictadura a la democracia, entablando conversaciones con las insurgencias que llevan seis décadas clamando por los derechos de las minorías étnicas.
  • En el País Vasco ha sido la base de apoyo de ETA quien ha virado radicalmente en sus planteamientos y abren espacios de reconciliación después de cinco décadas de obcecada militancia excluyente.

En muchos lugares se percibe un hastío de violencia y un clamor por espacios de participación y “empoderamiento” ciudadanos. Incluso las recientes confrontaciones en el norte de África y en Oriente Medio no son más que respuestas desesperadas de una población saturada de violencia y privaciones.

La vía hacia la paz pasa por el fortalecimiento de la democracia. A medida que todas las reivindicaciones puedan expresarse y defenderse en ausencia de violencias y coacciones, la lucha armada va perdiendo sentido. América Latina ha dado progresos espectaculares en ese sentido. Colombia no puede quedar rezagada y mantenerse como el único país con guerra interna en todo el continente.

La vía ciudadana hacia la paz

Colombia es un país con las venas abiertas por décadas de violencia. Una situación insostenible e inaceptable. El dolor atraviesa todos los estratos del país. Es preciso desprenderse del fatalismo de la guerra prolongada y creer de veras que otro país –más incluyente y mejor para todos– es posible. Que la corrupción y la politiquería son prácticas que pueden desterrarse. Que la voluntad ciudadana se puede reflejar y apoderar de las instituciones públicas. Que las generaciones futuras no están condenadas al mismo sufrimiento.

Hace ya varios años el Informe Conflicto: Callejón con Salida alertaba que en Colombia todos tienen razón en lo que dicen pero no en lo que niegan. Es decir, hay múltiples percepciones sobre los males que acechan al país, pero en lugar de buscar un diálogo que permita el diagnóstico compartido, predomina la práctica de imponer cada quien su propia versión. Un proceso condenado al fracaso pues donde unos ganan otros pierden.

Hay que superar esta práctica dualista de suma cero y encarrilar procesos sensibles a las circunstancias ajenas. El destino de una persona desplazada es una responsabilidad colectiva del país. El dolor de una familia con personas secuestradas es un drama que afecta a toda la sociedad. El llanto de las madres con hijos ejecutados tiene que conmover la conciencia nacional.

En este marco el anuncio de la renuncia de las FARC al secuestro es un avance espectacular. No sólo por el gesto en sí mismo, sino por responder en gran medida a la presión ciudadana. Una presión que ya no sólo viene de un sector de la sociedad sino del país en su conjunto. Se ha abierto una vía que debe y puede permitir erradicar lo que hasta hace poco parecía inevitable: minas antipersona, violaciones, desapariciones…guerra.

El paso determinante para el fin de la guerra deben darlo los actores armados: falta una renuncia explícita por lado y lado a la victoria militar. El objetivo ya no puede ser ‘ganar la guerra’; hay que ‘ganar la paz’. Es un imperativo ético, humanitario, político y económico.

Al mismo tiempo el poder ciudadano debe consolidarse. Un poder ciudadano que no se sentará a esperar que el gobierno y la insurgencia negocien el fin de la confrontación sino que se irá apoderando del debate público y, en últimas, querrá protagonizar las decisiones estratégicas para el futuro.

Poco a poco se vislumbra una Vía Ciudadana hacia la paz, protagonizada por las personas que han sufrido el conflicto más directamente: mujeres, indígenas, afros, campesinos, desplazadas, secuestrados, boleteados… un mosaico que refleja el drama en todos los estratos de la sociedad.

Tal vez no esté lejos el momento en que se convoquen marchas unitarias en contra de la guerra y no en contra de un actor de violencia en concreto. Entonces se habrá dado un gran paso: el despertar de una conciencia nacional, un clamor por un país donde quepan todas las personas, con sus distintas ideas.

Hacia una política nacional de paz

El proceso de paz en Colombia ya está en marcha. Gobierno, insurgencia, movimientos sociales, medios de comunicación, iglesias, universidades, ONG están creando el ambiente necesario para asumir de nuevo el reto de buscar la hoja de ruta. Tal vez sea un momento propicio para estructurar estas energías y crear sinergias: propiciar diálogos locales, regionales y nacionales para identificar un horizonte común; trazar las sendas para alcanzarlo; y reconocer la necesidad de múltiples protagonismos en ese empeño.

Nadie tiene la varita mágica o el ingrediente milagroso de la solución. Pero el país se puede dar a la tarea iniciar un proceso que conduzca a una Política Nacional de Paz y Reconciliación.

Interesado/a en más comentarios o información?

•    Lea la sección de opinion, Tiempo para un Nuevo paradigma de paz
 
•    Para información detallada sobre las Alternativas a la Guerra en Colombia, ver Accord 14
 
•    Visitar las web de nuestros programas en Colombia