Kristian Herbolzheimer es director del programa de Conciliation Resources en Colombia. Tiene un título de Maestría en International Peacebuilding del Kroc Institute, Universidad de Notre Dame.
 
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Han transcurrido diez años desde el colapso de las últimas negociaciones entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC). Acto seguido, Álvaro Uribe gana las elecciones presidenciales con la promesa de una política de mano dura contra los “terroristas” de izquierda. Fue elegido –y re-elegido cuatro años después- con un apoyo sin precedentes.
 
No obstante, a pesar de un impresionante aumento del pie de fuerza, del presupuesto militar y alcances significativos en el campo de batalla, la insurgencia se mantiene. Ciertamente las FARC han decaído en su fuerza, tanto política como militar. Y la línea entre su acción de oposición política y su actividad delictiva directa es cada vez más borrosa. Sin embargo, las FARC siguen siendo la amenaza más sobresaliente e intratable para la seguridad del país.
 Durante esos 10 años miles de personas –tanto civiles como soldados e insurgentes- han muerto. Cientos de miles de personas han sido desplazadas. Millones de dólares han sido despilfarrados. El destino de un país se ha puesto en peligro.
Aún así, parece que Colombia está de vuelta en el punto de partida, ¿Valió la pena tanto sacrificio?
 
Podemos dirigir esta pregunta al Gobierno, a los insurgentes, así como a la comunidad internacional. De hecho, Uribe no era popular solamente en el país, sino también elogiado por su enfoque audaz por varios de los principales actores internacionales, en particular la Unión Europea y los EE.UU. Ahora estos mismos actores están apoyando al presidente Santos en su declaración de un nuevo intento por encontrar una solución negociada. Estas porristas internacionales de juicio cambiante no son más que un indicador de incertidumbre: la Guerra Global contra el Terror ha producido resultados limitados, ya sea en Colombia, Afganistán o Uganda.
 
La decisión del Gobierno colombiano de abrir las negociaciones con grupos denominados “organizaciones terroristas” por los EEUU y la Unión Europea es realmente otra señal de que los tiempos están cambiando, y que volvemos al dilema de encontrar un mundo más complejo, que no se agota en la dicotomía de “con nosotros o en nuestra contra”. Es tiempo de evaluar la utilidad, el propósito y los métodos reales de mantener estas listas de personas y organizaciones proscritas.
 
La guerra en Colombia ha sido un completo fracaso: un fracaso militar ya que ni el gobierno ni la insurgencia ha podido derrotar a su adversario; pero especialmente un fracaso humano y moral.
El país y la comunidad internacional no han mostrado la creatividad y voluntad política para resolver los múltiples conflictos políticos y sociales sin usar la violencia.
Una negociación política es un paso en la dirección adecuada, pero no será suficiente. A fin de cuentas, existe un número de actores políticos y sociales que no confían ni en el Gobierno ni en la insurgencia, y no se sentirán representados/as en la mesa de negociación. Esto incluye comunidades indígenas, comunidades negras, grupos de mujeres, sindicatos, defensores/as de derechos humanos, la oposición política no-violenta y otros/as más. También incluye actores poderosos, quienes pondrán todo su empeño para entorpecer cualquier proceso que perciban como una amenaza para sus intereses.
 
Cuarenta años de violencia han dejado un país con profundas heridas, una terrible desconfianza y cierta aceptación cultural del quebrantamiento de normas de coexistencia.
 
Colombia precisa un Diálogo Nacional para evaluar de manera conjunta los distintos conflictos, las causas que permiten su persistencia y multiplicación, y los pasos a seguir que podrían resultar de ayuda para romper aquellos círculos viciosos.  
 
El Gobierno y la insurgencia tienen un papel fundamental que desempeñar, pero también cada persona en el país. Diez años deberían ser suficientes para haber aprendido las lecciones que surgen de errores pasados, y poder analizar las opciones disponibles como nuevos pasos hacia la paz.


 

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