La principal amenaza para los diálogos entre el Gobierno y las FARC es la continuidad de la confrontación armada. Es un tema difícil de abordar. Por Kristian Herbolzheimer, el Director de los Programas Colombia y Filipinas con Conciliation Resources.

  • Este artículo fue originalmente publicado en Semana.
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El gobierno se enfrenta a una disyuntiva compleja. No puede ceder ante la petición de las FARC de un cese al fuego bilateral porque la opinión pública todavía no confía plenamente en la voluntad y la capacidad de paz de la guerrilla. 
 
Pesa mucho la ‘tregua trampa’ de los diálogos del Caguán, y le quedaría difícil justificar una tregua en un momento de fortaleza en el escenario de combate. También teme dar oxígeno a los sectores opuestos a las negociaciones de paz.
 
Y, sin embargo, el país necesita hechos de paz para confiar y apoyar un proceso que, de momento, resulta lejano y misterioso. El actual escepticismo sólo beneficia a los opositores, que tienen un discurso bien articulado. 
 
Hay un interesante punto de coincidencia entre las recientes declaraciones de Humberto de la Calle y las que durante el proceso del Caguán ofreció Manuel Marulanda: el objetivo no es humanizar, sino acabar con la guerra.
 
No creo que nadie se oponga a tan loable propósito. Pero una cosa no quita la otra. Porque no es aceptable que para terminar la guerra por la vía negociada tengan que seguir muriendo servidores públicos, insurgentes y población civil. 
 
Al mismo tiempo no me parece viable, en estos momentos, un cese bilateral, como sugieren las FARC, por dos razones. 
 
Un acuerdo formal de cese al fuego requiere de un muy complejo y costoso mecanismo de verificación. La experiencia demuestra que la discusión puede enredarse y prolongarse, entonces sí se robaría protagonismo a la agenda política. El Gobierno y la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar discutieron este tema durante meses en Venezuela (1991) y en México (1992) y las conversaciones se cayeron sin avances concretos. Durante el primer mandato de Uribe, el Gobierno y el ELN se enzarzaron en un estéril debate sobre el concepto y el alcance de cese de ‘hostilidades’, que tampoco permitió avances en las discusiones políticas. 
 
Al mismo tiempo, un acuerdo de cese al fuego no necesariamente blinda las negociaciones. Es más, dada la dificultad de la verificación, y el inmediatismo de las noticias, resulta relativamente fácil entorpecer las negociaciones con actos atribuidos falsamente a una de las partes. ¿Quién no recuerda el drama del collar bomba atribuido erróneamente a las FARC en el 2000?
 
Es urgente reforzar el clamor por un cese de hostilidades. No hay razón humana que se le pueda oponer. Pero la exigencia en sí debe ser creativa, para no reforzar la polarización. Huyendo de la dicotomía cese bilateral sí o no, se pueden exigir mayores gestos unilaterales. El cese unilateral de dos meses de las FARC fue un gesto muy importante. Esa es la vía a seguir, por ambos lados.
 
Un cese al fuego no es sólo un gesto humanitario. Es también una medida de construcción de confianza. Y sin confianza las negociaciones no pueden progresar. El desescalamiento de la guerra debería ser una consecuencia directa de los avances en las negociaciones. 
 
Tantoel Gobierno como las FARC pueden acordar múltiples gestos unilaterales que demuestren con hechos la voluntad de cambio. Una agenda humanitaria como una ruta hacia la paz, no como sustituto de la paz. Una agenda humanitaria que puede ser anunciada en público, o simplemente implementada con discreción.
 
Más temprano que tarde la propia dinámica de la negociación llevará a un punto de quiebre, a una situación en la que el recurso a la violencia caerá porque la construcción de paz y la confrontación armada son incompatibles. 
 
Kristian Herbolzheimer es el Director de los Programas Colombia y Filipinas con Conciliation Resources, miembro del Grupo Internacional de Contacto que asesora al Gobierno de Filipinas y al Frente Moro de Liberación Islámica en las negociaciones de paz.

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